"El conocimiento es una función del intelecto, mientras que la sabiduría es una función del Ser." D. Trinidad Hunt

miércoles, 7 de octubre de 2009

EDUCAR PARA LA LIBERTAD


El presente artículo ha sido tomado del sitio Crimentales. http://crimentales.blogspot.com
Por considerar el tema como esencial en el debate educativo lo transcribimos completo en lugar de simplemente ofrecer un enlace a este interesante blog. De todas formas el enlace aparece entre nuestros favoritos.

Infancia libre y autorregulación en Summerhill School

Matthew Appleton, terapeuta reichiano y sacrocraneal, fue profesor en la escuela libre de Summerhill durante los años 80 y 90. En este fabuloso prólogo que escribió para El manifiesto educativo de Íñigo Flórez, nos habla tanto de su experiencia como alumno en el colegio convencional, como de la de profesor en Summerhill. Lo considero una pequeña obra maestra; en primer lugar porque nos ayuda afinar nuestra sensibilidad acerca de lo que representan los llamados "centros educativos" para nuestras vidas y el modo en que condicionan nuestro desarrollo. Una receta, en definitiva, para conocernos un poco mejor a nosotros mismos. En segundo lugar porque, en calidad de testigo directo, nos muestra que la libertad funciona, y no solamente en Summerhill. Muchas otras experiencias reales y proyectos al rededor del mundo, algunas de las cuales el autor conoce también de primera mano, han demostrado también que si se deja a los niños y adolescentes vivir en libertad, se desarrollan sin problemas. Matthew Appleton es también autor del libro A free range childhood: Self-regulation at Summerhill School.


Cuando abandoné el colegio para comenzar mi vida en el mundo de los adultos, yo era una persona insegura y emocionalmente volátil. Las investigaciones demuestran que las personas que han sido fuertemente institucionalizadas, como aquellos que dejan el ejército, un monasterio o la prisión, tienen muchas dificultades para hacerse con el mundo exterior. Casi una década y media de educación obligatoria no me había preparado para enfrentarme a un mundo en el que tenía que regular mi propia vida, tanto externa como internamente. Los colegios no son lugares que fomenten la madurez emocional.

Durante estos años formativos, vivimos de acuerdo a los planes que proponen otros. Poco es el tiempo que se da a nuestros impulsos internos, pensamientos y respuestas emocionales. ¿Cómo arreglárnoslas para averiguar quiénes somos en realidad, cuando se presta tan poca atención a la exploración de nuestros paisajes internos, con tan poco espacio para investigar nuestra naturaleza expresiva en relación con otros? ¿Cómo aprendemos a convertirnos en buenos ciudadanos, si nuestra ciudadanía no se practica como parte de una comunidad viva con la que podemos comprometernos plenamente?

Cuando dejamos el colegio, muchos de nosotros tenemos muy poca idea acerca de quienes somos. Quizás tengamos firmes opiniones, pero éstas están basadas en actitudes de sumisión o de rebeldía, desarrolladas a lo largo de años en los que se nos decía lo que teníamos que hacer, en lugar de preguntársenos quienes éramos, porqué sufrían nuestros corazones, o qué originales pensamientos ardían en nuestro interior. En un primer momento, al soltar las correas que nos ataban a los horarios de clase, nos invade una explosión de excesos y de extremos. La tensión de muchos años de energía contenida encuentra su expresión en la agresión, la falta de tacto, los encuentros sexuales dirigidos por la ansiedad, o el consumo irresponsable de alcohol y otros productos químicos. Hay un intento frenético de agarrarse a la vida que no se ha podido vivir plenamente; que ha tenido que relegarse y contraerse a sí misma para poder llenar la cabeza de hechos que tienen muy poco que ver con los intereses y las pasiones que uno genera. O bien puede que hayamos interiorizado la vida que se nos ha impuesto de una manera tan absoluta que no seamos capaces de reconocer nuestras propias voces interiores, y como perros de Paulov salivemos cuando creemos que se nos da un premio. Hacemos entonces aquello que se nos manda obedientemente. No hacemos preguntas y compramos un modo de vida, en lugar de formar una de acuerdo a nuestros propios impulsos creativos. A menudo alternamos entre una vida de sumisión y otra de transgresión de las restricciones, jadeando el aliento de la vida a bocanadas, antes de contener una vez más nuestra respiración para ajustarnos a lo que se exige de nosotros. Nuestros propios y más suaves ritmos internos hace tiempo que se han extinguido; de tal manera que lo único que conocemos es el sometimiento y el enfrentamiento a un mundo con el que, en algún lugar de nuestros recuerdos, sabemos que una vez fluímos, pero que ahora parece eludirnos extrañamente.

El día que abandoné el colegio, quemé los libros que había llevado de un lado a otro durante los últimos años. No se me ocurrió pensar que una década más tarde volvería al colegio, pero esta vez como miembro del personal. Este colegio era muy diferente al que yo había asistido como alumno. Era un colegio privado, en contraposición a los colegios dirigidos por el estado. En lugar de una vasta extensión de cemento y de cristal, con áreas de juego cerradas y hechas de asfalto, éste era un antiguo edificio de ladrillo rojizo, con varias dependencias afuera, su propio bosque y un par de campos. Enclavado en las afueras de una pequeña ciudad post-industrial, delimitaba sus confines con la campiña, mientras que mi colegio había estado situado en un área de viviendas en mitad de la ciudad. Mi colegio lo había compartido con más de mil alumnos, todos ellos chicos. En este colegio solo había unos setenta alumnos, chicos y chicas. Aquí la mayoría de los alumnos vivían juntos en comunidad, mientras que en mi antiguo colegio mis compañeros y yo dividíamos nuestra vida entre la escuela y nuestras casas cada día. Pero la diferencia más sorprendente entre los dos colegios era que en este colegio, los niños y los adultos vivían juntos como iguales, y los alumnos no tenían que asistir a clase si no querían.

El colegio se llamaba “Summerhill” y había sido fundado por un escocés llamado A. S. Neill en 1921. La experiencia de ver morir en la Primera Guerra Mundial a muchos de los chicos a los que él había enseñado en su escuela local, le hizo cuestionarse la validez de la forma de educar que estaba proporcionando. No le agradaba la idea de que los colegios inculcaran una falta de cuestionamiento tal ante la perspectiva de la muerte en el campo de batalla, o la servidumbre en las fábricas. En esa época, las ideas de Freud comenzaban a ganar popularidad. Inspirado por la teoría Freudiana de la neurosis, según la cual ésta es el resultado de tener que conformarse a una serie de normas sociales que entran en conflicto con nuestra vida instintiva, Neill creó un colegio que se adaptaba al niño, en vez de la idea más común de hacer que el niño se adaptase al colegio.

Yo trabajé en Summerhill entre 1988 y 1997 como “Houseparent” (persona responsable del bienestar de los internos). Esto significaba vivir en el colegio como un miembro de la comunidad, como un igual en relación a los niños que estaban a mi cargo. Fue una experiencia liberadora el poder relacionarme con los niños como personas reales, y también poder ser yo mismo con ellos. Una gran cantidad de nuestra relación con los niños es muy forzada y falsa. Está basada en nuestra necesidad de tener que saber más que ellos o de inculcarles valores, de la misma manera en que nos fueron inculcados a nosotros. Hemos perdido la capacidad de ser naturales con los niños, ya que hemos perdido la capacidad de ser naturales con nosotros mismos. Yo aprendí mucho viviendo con los niños de esta manera. Aprendí cómo pueden regular sus propias necesidades educativas sin necesidad de imposiciones. Aprendí que pueden ser muy razonables arreglando sus diferencias cuando están apoyados por una comunidad de iguales, preparada para escuchar a todas las partes. También aprendí y tuve que des-aprender cómo los propios resentimientos de mi niñez me hacían difícil aceptar verdaderamente a los niños tal y como eran. (Una cosa es teorizar sobre esto, y otra muy distinta vivir así día a día).

La leyes por las que se regía la comunidad eran tratadas y cambiadas, de acuerdo a las circunstancias, en las reuniones semanales. En estas reuniones, tanto los niños como los adultos, a la par, tenían cada uno un voto. Participando en estas reuniones, yo podía terminar discutiendo apasionadamente un punto con un niño de cinco años, o con un adolescente, o con otro adulto. A veces la comunidad votaba a mi favor, a veces a favor del niño de cinco años, o del adolescente o del adulto. En Summerhill aprendes a llevarte bien con los demás, incluso en el caso de que las cosas no salgan como tú quieres. También aprendes a estar tanto en el proceso de hacer las normas, como en el de romperlas (como niño mi experiencia personal estuvo limitada al de romperlas). A menudo, los visitantes que acudían a Summerhill se quedaban impresionados por lo razonables que eran los niños. Tambiés les sorprendía que los niños vieran el valor de tener normas en sus vidas, sin querer automáticamente saltárelas todas. Es el hecho mismo de tener el poder de crearlas el que hace que los niños conozcan su valor. Si solo conocemos las normas con las que vivimos como algo impuesto sobre nosotros, no cabe duda de que querremos deshacernos de ellas.

Summerhill puede sonar muy idílico, pero es un trabajo bastante duro el aprender a vivir con los demás. Aprendí mas acerca de esto en mis 9 años en Summerhill que lo nunca que aprendí en la escuela a la que había asistido de niño. Ahora puedo ver los puntos de vista de los demás y estar menos apegado a los míos que antes. Y veo también esas cualidades en los jóvenes adultos a los que cuidé de niños. Tienen facilidad para relacionarse con la gente, y una tranquila confianza en su bondad básica y en la de los demás. Ellos no están en guerra consigo mismos, ni con el mundo que les rodea, como le ocurre a tanta gente; tratan de navegar a su manera en la vida. Y están mucho más abiertos a aprender que muchísima gente después de tantos años de educación obligatoria. No tenían que asistir a clases por el mero hecho de ser niños. Lo hacían cuando estaban motivados para hacerlo. Sus recuerdos de la niñez son los de un mundo en el que el juego y los buenos amigos dominan su memoria, en lugar del tedio del aula de clase.

Una pregunta que suele hacerse es: ¿Pero pueden adaptarse al “mundo real”? El “mundo real” en este contexto se refiere invariablemente al mundo de las responsabilidades y del trabajo. La respuesta es “Sí”. En Summerhill aprenden a ser responsables aprendiendo a expresarse por sí mismos en las reuniones, tomando papeles activos en una comunidad de la que ellos verdaderamente se sienten parte, y que los acepta por lo que son. ¿Cuántos de nosotros podemos decir que realmente nos sentíamos parte del colegio al que asitíamos, y que éramos aceptados por él? En lo que al trabajo se refiere, he visto a los niños de mis días en Summerhill florecer en un amplio rango de distintas profesiones, incluyendo físicos, biólogos, médicos, artistas, músicos, constructores, horticultores, actores, terapeutas, restauradores y fotógrafos entre otros. Tienen sus más y sus menos como todo el mundo, pero la mayoría parece que van bien. Creemos que tenemos que forzar a los niños para que aprendan, pero los niños son naturalmente curiosos acerca de la vida, y quieren aprender a usar las herramientas que necesitan para ir por el mundo. Es la obligación que imponemos a los niños lo que mata el deseo de aprender que siempre ha estado ahí. Si se les da la oportunidad de jugar todo el día, los niños deciden aprender cuando están listos para ello.

Summerhill es un ejemplo vivo de este enfoque hacia la niñez. Es una realidad, no una fantasía. Como en cualquier otro grupo de personas que haga vida en común, tiene sus dificultades, sus frustraciones y sus defectos, pero a pesar de ello funciona. ¿Se trata de un ejemplo aislado? No. La idea de auto-gobierno que Neill introdujo en Summerhill la sacó del trabajo de Homer Lane, que dirigió un reformatorio para delincuentes juveniles en esta linea a principios del siglo XX. Janusz Korczak, un médico judío polaco, introdujo principios similares en los orfanatos a su cargo hasta que sus jóvenes y él perecieron en las cámaras de gas de Treblinka. En los años 60, Michael Duane, director de Risinghill, un gran instituto situado en un barrio obrero de Londres, adaptó los principios democráticos de Neill. Durante todo este tiempo los resultados en los exámenes y los niveles de asistencia mejoraron notablemente, mientras que el número de jóvenes que se metían en problemas con la ley se redujeron drásticamente. Hace pocos años visité el Albany Free School en el estado de Nueva York. Este colegio lo fundó Mary Leue después de visitar Summerhill. El colegio atiende a gran cantidad de niños provenientes de entornos desfavorecidos, muchos de los cuales han sido medicados con fármacos para el ADHD[i], o han sido expulsado de otros colegios debido a problemas de comportamiento antes de llegar allí. Me parecía estar en mi casa después de haber estado en Summerhill. Es una comunidad vibrante con verdaderos valores democráticos. Los niños diagnosticados con ADHD lentamente empiezan a calmarse en cuanto se les da, por una parte, un espacio para que puedan correr, y por otra la contención que proporciona una comunidad de iguales, que no juzga ni etiqueta a nadie, sino que establece directrices claras basadas en las necesidades del día a día.

Estos son solo unos cuantos ejemplos de colegios y hogares en los que los niños han podido regular sus propias vidas educativas y emocionales. Cada uno de estos colegios ha tenido éxito en su campo. Hay muchos más ejemplos que podría citar. Entonces, ¿por qué no hay más colegios operando con estos principios? La única respuesta puede que sea que tenemos una fortísima creencia cultural de que hay que forzar a los niños para que aprendan y se conviertan en ciudadanos decentes. No tenemos suficiente confianza en los niños para tratarlos como a iguales. No los aceptamos tal y como son, sino que buscamos la forma de moldearlos para que sean como nosotros, de la misma forma en que hemos sido moldeados para acabar desconfiando de nuestra propia naturaleza. Imponemos a los niños formas de ser que no son las suyas propias. Les hablamos con voces condescendientes, y no tomamos sus dramas tan seriamente como nos tomamos los nuestros. Les persuadimos y engatusamos diciéndoles que son maravillosos cuando hacen las cosas que pensamos que deberían hacer. Y les castigamos cuando no se ajustan a nuestas expectativas. Les imploramos cuando no sabemos cómo mantener nuestros derechos como iguales, poniendo fronteras que no están claras, y dándoles solo mensajes entremezclados de nuestra propia confusión.

Este libro de Íñígo Flórez de Losada establece algunos principios básicos para un enfoque más democrático de la educación. Los ejemplos que les acabo de dar en esta introducción demuestran que estos principios pueden funcionar en la vida real. Yo los he vivido, y han impregnado mi vida desde entonces. Cada frase de este libro nos da la oportunidad de plantearnos cosas. Podemos estar fervorosamente de acuerdo con lo que aquí se dice, o podemos rechazarlo. Cualquiera que sea nuestra respuesta, espero que este libro nos haga cuestionarnos aquellas cosas que damos por sabidas, y reflexionar acerca de las posibilidades que todavía nos esperan.


Matthew Appleton
Bishopston, dicembre de 2007

lunes, 5 de octubre de 2009

¿SOMOS LOS ADULTOS DE FIAR?


Somos los adultos de fiar?
El mundo que hemos construído, por acción u omisión, no es un mundo muy edificante. En él la gente vive infeliz, sufre angustia, padece tristeza, nos enfrentamos unos a otros. Y lo peor de todo es que creemos que este estado de cosas está bien, que todo es correcto.
¿Qué es lo que los niños aprenden sobre el mundo desde la más tierna edad? Miedo, prevención, individualismo. El ejemplo que brindamos a nuestros hijos suele ser deplorable: borrachos, infieles, mentirosos, egoístas y manipuladores. Eso ven nuestros niños. Y cuando deciden distraerse miran la televisión y qué ven ? asesinatos, violaciones, mentiras manipuladoras, vanidad, lujuria. Y entonces nos preocupamos y decimos:los niños no deben ver a personas practicando sexo, pues son demasiado inmaduras para ello. Cambiamos el canal y los dejamos con Rambo, Hulk ,Batman y los héroes de todas las pelambres. Y qué hacen estos héroes? matan, matan , matan. También golpean, amenazan y maldicen. Ese es el camino piensan las jóvenes mentes. Las personas crecemos en un ambiente represivo, signadas por alguna religión, esperanzadas en algunos premios o algunos castigos luego de morir.Y crecemos con miedo y sin poder de decisión. No participamos realmente de la vida comunitaria y mucho menos somos líderes. Somos individuos egoístas y arrogantes con objetivos de enriquecimiento que vemos a los demás como enemigos a los que hay que derrotar a como dé lugar. En el camino tendremos conyuges e hijos y repetiremos el ciclo por el que pasamos, sin cuestionar, porque todo nos parece "normal". Hemos sido enseñados a pensar que este desbarajuste de injusticia y barbarie es para lo que hemos venido al mundo.Nos moriremos intentando ser como los modelos que la televisión propone: bellos y elegantes, a la moda, con autos fantásticos y casas de ensueño. Y procuraremos no ver el mundo a nuestro alrededor porque al hacerlo las mentiras se derrumbarían y nuestras vidas perderían sentido.La miseria no tiene cabida en los sueños de Juan Elegante o Mirta Enjoyada. Los niños de la calle están al otro lado de la ventana que jamás abriremos y la gente que sufre se merece su suerte por perezozos. Nosotros tenemos un sueño: ser ricos y famosos como el cantante aquel o el actor tal. Podría decirse que vivimos en un espejismo y que nos alimentamos de alucinaciones. Y ahí vamos de viernes en viernes, de borrachera en borrachera hasta el momento en que ya los riñones y el higado se resisten a funcionar y los pulmones repletos de alquitrán escupen cáncer sobre nuestras vidas. Ya las tarjetas de crédito no serán tan importantes y nos volveremos profundamente religiosos porque sabemos que ya casi nos vamos y es mejor ir preparando el camino por si acaso Dios existe con cielo e infierno incorporados.
Somos los adultos de fiar?